08 julio 2010

El país donde las cervezas se sirven frías

Ocho días en Brasil no son una maravilla, son apenas una pincelada de la vida verdadera, de esa que llevamos todos todos los días, pero con los ojos y el corazón bien abierto algo se puede descubrir.
A pesar de los 4020 kilómetros a vuelo de pájaro que nos separan, a pesar del color oscuro de sus pieles, del idioma distinto que el conquistador nos impuso, somos todos tan iguales en sentimientos y miserias.
En 8 días vi riquezas exuberantes, hoteles tan altos como el cielo y mendigos durmiendo cuenteados a media tarde.
Con ojos espantados de turista vi niños descalzos pidiendo monedas en la puerta de la farmacia mientras yo atacaba despiadadamente un desayuno tipo buffet.
Grandes gastos en propaganda políitca, jóvenes sujetando pancartas y lienzos, cerros enteros cubiertos por banderitas de colores según el partido de turno, basura propagandística y un pueblo indiferente a la clase politica, desconfiados ante la charlataneria, cansados de la ambición de poder de unos pocos.
Vi campos llenos de vacas y caballos flacos, largos caminos de tierra detrás de un portón, hombres afuera de las vulcanizaciones, jóvenes en las esquinas, mujeres hermosas en las playas, hombres ávidos de sexo extranjero, abundantes farmacias y pocas librerías, perros bien cuidados, que hasta la mierda le recogen sus dueños y humanos mendigando sin que nadie los vea.
Una noche de juerga por los suburbios cariocas descubrí moteles para solteros, para casados, para transexuales, para prostitutas, para tríos, parejas, grupos y solitarios, camas en promoción por 3 personas, lugares oscuros y liberados, donde la gente se ama libremente por unos cuantos reales, todos llenos cual noche de fin de mes santiaguina.
Una mañana ebria consolé a una mujer que sufría por amor, por el enamorado que la dejó, perdiendo las esperanzas en la hija para la que deseaba un futuro mejor, entendiendo poco lo que hablaba pero a cabalidad lo que sentía, fundidas en una abrazo americano y femenino, fraterno y borracho.
Una van me llevó rauda por favelas empinadas, casas a medio construir, guetos en medio de una ciudad cosmopolita, negros discriminados, marginados de hoteles y posadas, destinados a la segregación, apartados por sus vecinos, negados por su propio país, favelas propagadas por la clase política dominante, ladrillos insuficientes entregados por un gobierno ciego ante los contrastes. Recordé campamentos y niños bañándose en grifos, me sentí en mi país, en mi ciudad, en mi Puente Alto tan demacrado. Me sentí vecina y hermana de una nación lejana, gemelas en pobreza y hermosura, pensé en conquistadores avaros y ambiciosos de poder, añoré aquel continente sin fronteras, amé al negro y al mestizo, a Leandro y Tito, a Eliana, a Claudia, a Paulinho, Bruno, Cesar, Román, Diego, Rómulo, al botones, al chofer….todos iguales, hermanos en un mismo continente, no en un mundo nuevo, sino antiguo y nuestro, unido en sueños y anhelos, me sentí abrazada por un país despierto y vibrante, latiendo al ritmo de un mismo corazón:
Abya Yala: Mi Tierra en Florecimiento

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